Llegamos de noche con una temperatura cálida pero suave. La ciudad a orillas del Tajo nos entregó su luz cuando caminábamos por sus calles empedradas buscando el tranvía que nos llevara a Belém. Qué lástima! el recorrido lo realizaba una máquina nueva, hubiéramos querido viajar transportados por aquellos viejos tranvías que vimos cerca del puerto. Pero cosas del destino, nos tocó viajar con Penélope Cruz pintada en los cristales y las puertas, por arte de Mango que está en todos lados.
Nos impactó lo descuidados que están algunos edificios antiguos a diferencia de nuestras ciudades en España. Parece como si hubiera más dificultad en conseguir las subvenciones necesarias para poder rehabilitar las fachadas, porque tan sólo vimos dos o tres que estaban cualificadas por el consistorio para poder arreglarlas.
Los restaurantes ofrecían el pescado (bacalao sobre todo), a buen precio. Una comida puede salir por 12 euros, pero no espereis que sea mucho más barata que en los restaurantes españoles.
Los barrios del centro invitaban a sentarse a tomar un café, en las 3 plazas contiguas, Figueira, Rossio, PedroIV, corazón neurálgico de la ciudad.
Por la noche nos llamó la atención la cantidad de droga que circula con total impunidad, ya que la policía se dedicaba a controlar el caos circulatorio, en vez de hacerlo en las calles en donde se estaba delinquiendo.
El barrio alto con sus callejuelas empinadas y llenas de Adegas (casas de Fado) en donde se puede comer y tomar una copa escuchando la interpretación de los cantantes de este estilo de canción.
La última tarde disfrutamos de unas vistas de la ciudad desde San Pedro de Alcántara. Un mirador fantástico al que se llega en un tranvía que discurre por una calle empinada.
Fué un viaje relajante con el que recibimos la llegada de la primavera.