Cuando escribí hace un par de años sobre el carnaval, la economía apuntaba a otra situación no tan desangelada. De hecho esa entrada la escribí pensando en el Carnaval de Vinaròs al que acudía cada año en la década de los 90 por estar viviendo en esa zona. La situación anímica de todos nosotros era muy diferente a la que sentimos actualmente, pero el carnaval es precisamente esa semana de excesos del cuerpo y la mente en que todo está permitido, en contraste con la cuaresma que le sigue en el mundo cristiano. Guarda cierta analogía con las previsiones de cuaresma en nuestro bolsillo que vaticinan desde políticos, economistas y expertos Gurús salidos de entre las piedras.
Esta semana de carnaval debería ser un revulsivo para los negocios relacionados con el ocio: Bares, restaurants, discotecas, pubs, que aprovecharan el tirón popular que ha tenido este evento en los últimos tiempos en nuestra sociedad, para conseguir un incremento en su caja.
La fiesta nos sirve a los humanos para premiarnos después del duro esfuerzo semanal, así como para olvidar por unos momentos los mensajes negativos que nos bombardean desde todos los frentes.
La realidad contrastada esta semana con varios empresarios, con los que he tenido la ocasión de compartir mi tiempo en mi actividad profesional, es que el cerrojazo al crédito parece haber tenido su momento más álgido a finales del pasado año y se vislumbra cierto optimismo en la actividad empresarial, volviendo a incrementarse el número de pedidos.
Que el carnaval nos provea de la ilusión que la crisis nos quitó.